Peligro de caídas
Las embarazadas, sobre todo las que han superado las 32 semanas de gestación, están más propensas a las caídas. Eso se debe a que el crecimiento del abdomen provoca un cambio en el centro de gravedad de la futura madre y ésta tiende a hiperflectar la columna en forma compensatoria, hábito que a su vez puede producir mayor probabilidad de perder el equilibrio. También en esa etapa del embarazo se presenta más laxitud articular por efecto hormonal y mayor tendencia a mareos debido a los cambios bruscos de posición, ya que el útero grávido produce compresión en las venas, lo cual dificulta el retorno venoso (vuelve menos sangre al corazón).
La mayoría de estos indeseables incidentes no tiene consecuencias para los bebés, ya que el líquido amniótico que los rodea actúa como amortiguador de posibles golpes. Sin embargo, una caída de mucho impacto puede producir un desprendimiento de la placenta o rotura de la bolsa amniótica, situaciones que afortunadamente son poco frecuentes.
Medidas a seguir
Si se sufre una caída, lo aconsejable es que la embarazada se quede tranquila y se tome su tiempo para recuperarse bien de la situación.
Los especialistas hacen notar que no es recomendable apurarse para ponerse de pie, ya que podría haber mareos. Por el contrario, el primer paso a seguir es tomarse el asunto con calma, evaluar la zona golpeada y luego incorporarse lentamente. Posteriormente, hacer reposo en un lugar cómodo (recostarse en una cama), y vigilar movimientos fetales, presencia de contracciones, pérdida de líquido o sangrado, durante un par de horas. Si no hay nada de esto, y luego de un descanso, se pueden reiniciar las actividades habituales.
Cuando se trata de golpes fuertes directos en el abdomen materno, es mejor dirigirse a un centro asistencial, en especial si se presentan muchas contracciones uterinas posteriores o se pierde líquido o sangre por la vagina.
Procedimientos médicos
Ante una paciente embarazada que haya sufrido una caída, el médico realizará una evaluación del bienestar fetal. Este posiblemente incluya algunos exámenes clínicos como evaluación del tono uterino y presencia de contracciones, evidenciados con la palpación del abdomen y revisión genital para descartar presencia de sangrado vaginal o pérdida de líquido.
El especialista también puede hacer exámenes complementarios como una ecografía. Mediante esta última, se puede observar la cantidad de líquido amniótico, los movimientos fetales, el estado de la placenta y la circulación fetal (con doppler). Dependiendo de la edad gestacional, posiblemente además se puede someter a la paciente a un monitoreo electrónico de la frecuencia cardiaca fetal y actividad uterina (contracciones).