La hora de acostarse suele ser una batalla en casas con adolescentes. Por una parte, los padres rogando para que el día termine luego. Por la otra, los jóvenes alargándolo al máximo. No es sólo por rebeldía.
Las tareas, la televisión, internet o salir con los amigos: para los jóvenes tienen prioridad ante dedicarle horas a dormir. De acuerdo a estudios de la National Sleep Foundation, en Estados Unidos más del 25% de los adolescentes no destina más de seis horas y media a dormir en la noche. De acuerdo a la experiencia de la doctora Francisca Corona, pediatra del Centro de Adolescentes de Clínica Las Condes, en Chile las cifras no son muy distintas.
“Con la pubertad, los adolescentes comienzan a experimentar una demora tal en la fase de sueño, que desarrollan una tendencia natural ya sea a quedarse dormidos tarde en la noche o a levantarse tarde en la mañana. Incluso los jóvenes que han tenido privación de sueño y, por lo tanto, han acumulado alguna ‘deuda de sueño’, tienden a sentirse más alertas en las noches, resultándoles más difícil acostarse a una hora que los padres podrían considerar razonable”, explica la doctora.
Y no es porque quieran hacerlo por rebeldía o llevar la contra. En términos científicos, por factores psicosociales, como por mucho tiempo creyeron los investigadores. Por el contrario, los estudios han demostrado que ésto también tiene una fase biológica: el ritmo circadiano del sueño, controlado principalmente por la melatonina, se activa más tarde a medida que la pubertad progresa. Si antes de la adolescencia, estos ritmos inducen a los niños a quedarse dormidos naturalmente alrededor de las ocho de la noche, ahora la hora en que se empieza a sentir sueño, se atrasa además de aumentarse la somnolencia diurna, aún cuando duerman lo adecuado. Esto podría ser por mayor sensibilidad del cerebro adolescente a los cambios de luz.
Pero si es algo inherente a los cambios físicos, por qué tanta preocupación pensarán algunos. Es porque está archicomprobado que la regularidad en los hábitos de sueño será un predictor de cómo se funcione al día siguiente. Y en las últimas dos décadas, los investigadores han descubierto que los adolescentes necesitan más sueño que niños y adultos. En concreto, desde el inicio de la pubertad hasta después de los veinte años, requieren alrededor de nueve horas. “Algo que muy pocos hacen en forma regular” precisa la doctora Corona. “Si uno va quedando con una deuda de sueño, que sólo se paga durmiendo, empiezan a aparecer una serie de efectos secundarios”. Bastante serios, algunos.
Dormir y aprender
El sueño es el alimento para el cerebro. Por lo tanto, contribuye significativamente a varias funciones cognitivas y emocionales. Ánimo negativo, rabia, pena y miedo, dificultad para controlar emociones, baja en el rendimiento deportivo, problemas de conducta o sentirse deprimido se asocian a la falta de sueño. Más grave aún, aumenta el riesgo de lesiones no intencionales y muerte. Un ejemplo: los conductores menores de 25 años causan más de la mitad de los accidentes en Estados Unidos por quedarse dormidos mientras manejan.
Irritabilidad aparte, los patrones de sueño en los jóvenes también tienen un impacto potencial en el rendimiento escolar, ya que la somnolencia complica el aprendizaje y la memoria. Incluso algunos síntomas, como incapacidad de concentrarse, impulsividad, dificultad para estar quieto, problemas para completar tareas se parecen a los síntomas del déficit atencional con hiperactividad. Por otra parte, el aprendizaje continúa mientras la persona duerme. Al menos así lo han demostrado estudios realizados en el Harvard Medical School: el cerebro consolida y retiene lo aprendido, durante las horas de sueño. Esto significa que dormir bien después de haber estudiado, es tanto o más importante que un buen sueño reponedor después de una prueba.
Cambio de hábitos
La causa más frecuente de somnolencia es el sueño inadecuado. Puede ser por malos hábitos, por acostarse tarde por agendas sobrecargadas o las discrepancias entre lunes y viernes y el fin de semana. Por esto, los médicos animan a los adolescentes a adoptar cambios en sus estilos de vida. Quizás el más significativo -y que sus padres pueden incentivar- es establecer y mantener un horario consistente de dormir y despertar. También lo es, dormir las horas suficientes, evitar cafeína y otros estimulantes en las tardes y alcohol por las noches, abrir las cortinas y exponerse a la luz solar a horas adecuadas para estimular en el cerebro el ritmo circadiano, relajarse y bajar revoluciones antes de ir a dormir y procurar un ambiente propicio e inductor de un buen sueño.
¿Algo más? En algunos casos, la somnolencia excesiva durante el día puede ser signo de algo más serio y hay que estar alerta. Algunos de éstos pueden ser: Síndrome de las piernas inquietas: las personas con esta condición ven su sueño interrumpido debido a movimientos involuntarios de sus piernas, ocasionando irritabilidad y cansancio. Apnea obstructiva del sueño: trastorno que hace que la persona deje de respirar temporalmente durante el sueño. Una causa frecuente son las amígdalas o adenoides inflamadas, tener sobrepeso o ser obeso. Reflujo gastroesofágico: produce una sensación incómoda conocida como acidez, lo que puede empeorar cuando la persona está acostada. Depresión: dormir mucho o muy poco es un signo común de depresión. Síndrome de déficit atencional hiperactivo: los problemas de sueño son comunes entre jóvenes con este déficit, sin embargo hay que averiguar si están siendo producidos por los remedios prescritos o al revés, si es que la falta de sueño está contribuyendo a los síntomas del déficit.