La pandemia y sus consecuencias han multiplicado los casos de ansiedad, una respuesta de alarma normal del cuerpo frente a amenazas psicológicas o físicas reales o imaginarias, pero que puede intensificarse y presentarse más allá de la presencia de un estímulo, provocando problemas como el aumento de la frecuencia cardiaca, pensamientos acelerados y/o insomnio, entre otros.
El doctor
Juan Fernando Meneses, psiquiatra de Clínica Las Condes, explica que la ansiedad es una emoción normal caracterizada por sentimientos de nerviosismo y preocupación, una alarma que nos ha permitido la sobrevivencia, “pero cuando se enciende en situaciones que no ameritan, está muy sobreactivada, es demasiado intensa para lo que se espera, o sigue encendida más allá de la presencia del estímulo, es cuando nos tenemos que hacer cargo”, subraya.
Puede manifestarse con el aumento de la frecuencia cardiaca, palmas sudorosas, boca seca, sobreexcitación y pensamientos recurrentes en torno a problemas. Esta sobreactivación provoca una mayor activación de cortisol y adrenalina, por lo que cuando sucede en la noche no nos deja dormir bien, ya sea porque no nos deja conciliar el sueño o por continuos despertares. En casos extremos una persona podría despertar con crisis de pánico, terrores nocturnos o parálisis del sueño (cuando despierta y no puede mover el cuerpo).
“En la noche es uno de los momentos más comunes en que las personas experimentan ansiedad, ya que al tener menos en qué ocuparse, está con sus pensamientos, el cerebro continúa trabajando y enfrentando los desafíos del día”, sostiene el especialista.
Las
alteraciones del sueño y la ansiedad están muy ligadas. La ansiedad provoca falta de sueño y dormir mal provoca más ansiedad. Es común tener sueños de estrés que involucran cosas cotidianas que han ocurrido en el día, pero que salen mal y provocan más ansiedad.
No obstante, no todo es trastorno, es normal experimentar ansiedad ocasional, frente a situaciones como una entrevista o una exposición, por ejemplo. “Lo que ya no es normal es cuando esta preocupación no es puntual, sino constante, todas las noches, dura mucho tiempo, cuando es una preocupación crónica, intensa frente al estímulo y empieza a provocar insomnio severo y a afectar el rendimiento al otro día”, sostiene el psiquiatra.
Cuando la ansiedad es normal, en general, cede sola cuando no está presente el motivo de la preocupación. Pero si no es el caso, la indicación es consultar a un profesional, sea un psicólogo o psiquiatra. “La terapia con más evidencia médica es la terapia cognitivo conductual, que fomenta el cambio de patrones de pensamiento disfuncionales, mejora el ánimo y comportamiento”, señala.
En casos más leves es clave mejorar
hábitos de sueño: no tomar estimulantes muy tarde (té o café no más allá de las 4 de la tarde), ejercicio físico matutino o en el día, crear un ambiente cómodo y utilizar la habitación solo para dormir, por ejemplo.