Tejido graso del cuerpo boicotea los intentos por bajar de peso.
Cada vez que comes y el estómago recibe ese alimento, se genera una señal que llega al cerebro para indicarle que ya es suficiente. Se trata de una hormona llamada leptina, pero que en el caso de las
personas obesas o con
importante tejido graso, no funciona en forma adecuada.
En otras palabras, se produce un desbalance entre la
sensación de hambre y saciedad, que finalmente lleva a que esta persona nunca deje de tener ganas de comer: los altos niveles de grasa corporal apagan la señal que emite esta hormona. ¿El resultado? La persona obesa continúa comiendo y aumentando de peso, un círculo vicioso que podría explicar el aumento de la obesidad y de la
obesidad mórbida en nuestro país.
Según la última Encuesta Nacional de Salud, el 3,2% de la población mayor de 15 años tiene obesidad mórbida hoy en el país.
El
doctor Camilo Boza, cirujano bariátrico y
jefe del Centro de Nutrición y Bariátrica de Clínica Las Condes, explica que en el cerebro se fina una especie de termostato. “Si la persona sube a 20 kilos, por ejemplo, el cerebro fija que ese es su peso y, al intentar adelgazar, el cerebro trata de que no lo haga", señala el especialista.
¿Cómo lo hace? Uno de los mecanismos es aumentar la capacidad del intestino para absorber los nutrientes de los alimentos.
Por otro lado, además del desbalance en la función de
la hormona leptina, el tejido graso, también podría afectar unas moléculas especializadas en la
regulación del ánimo. Aunque todavía se está estudiando, se creer que genera cambios anímicos provocando que las personas pasen de la ansiedad a la tristeza, o al revés.
A juicio del doctor Boza, cuando se
disminuye la cantidad de grasa del cuerpo, los mecanismos alterados se revierten y vuelven a funcionar de forma correcta.