Sólo hace algunos años se aceptó que el hambre emocional existe y que comemos por pena, rabia o ansiedad.
El
estrés y la
ansiedad tienen el poder de descontrolar los hábitos saludables y llevar al hambre emocional, la necesidad repentina y urgente de
comer, que luego termina en frustración y culpa, pues lo comido no llena el vacío experimentado.
El
hambre emocional existe y hace poco que es considerada entre las causas de la epidemia de obesidad que afecta a nivel mundial. Comer por pena, rabia o ansiedad es una falla en la autoregulación.
La
doctora María José Escaffi, nutrióloga del
Centro de Nutrición y Bariátrica de Clínica Las Condes, señala que se trata de un cuadro complejo, pues en la regulación del apetito intervienen el cerebro, el sistema digestivo desde la boca y las hormonas. “Estas señales pueden ser tan potentes que hay receptores ubicados en centros donde también actúan algunas drogas que producen dependencia”, sostiene.
Existen varios tipos de
comedores emocionales, entre ellos el “
estresado o ansioso”, que para calmar la sensación negativa recurre a la comida, que lo calma por algunos minutos, pero que se transforma en el principio de un ciclo que puede llevar a la
obesidad.
Por otro lado, también está el
comedor “perfeccionista”, que no resiste una realidad imperfecta, se impone metas inalcanzables y al no cumplirlas silencia sus sentimientos negativos comiendo; o al comedor “por recompensa”, que busca estimular los sistemas dopaminérgicos o de recompensa del cerebro que producen placer, por lo que acuden a la mezcla de grasas y azúcares, que lo logra, como también los alimentos crujientes, como las papas fritas. Y al
comedor “zombi”, que come carbohidratos simples (como el pan, masas), que actúan como los antidepresivos en el cerebro y lo hacen sentir como un zombi.
“Es complejo tratarlo sólo desde la perspectiva nutricional”, dice la nutricionista
Daniela Ghiardo, de Clínica Las Condes. “Se debe enfrentar con un equipo multidisciplinario. Si le cuesta llevar un orden alimentario, hay
estrategias de selección de alimentos que pueden servir. Por ejemplo, se sabe que las proteínas producen más saciedad que los azúcares”, indica. A ellos puede ayudarlos llevar un diario de sus comidas, reflexionar y, si falla, recomenzar.