"Durante todo el tratamiento me sentí súper acompañada, las enfermeras que trabajan en quimioterapia son espectaculares, igual que María de Los Ángeles, la psicóloga, también un siete".
En febrero del año pasado, justo después del fallecimiento de su abuela materna, Pamela Guerrero se realizó su
control preventivo de cáncer de mama. Era la primera vez y tenía 39 años.
Se hizo la
mamografía y de acuerdo con los resultados de ese informe, estaba sana, pero justo ese mismo día en la noche, al recostarse de espalda en su cama, notó un bulto en la mama derecha cerca del esternón y se preocupó.
“Al otro día fui al doctor. Me dijo que estaba todo bien, pero que, efectivamente,
tenía un bulto y que para salir de dudas me hiciera una ecografía mamaria”, recuerda. Fue la radióloga quien le dijo: “Tienes un cáncer de mama BIRADS 5, anda a tu Isapre y activa el GES de manera inmediata”.
Con la noticia sonando en su cabeza, se fue a su casa con una idea fija:
tenía cáncer, la misma enfermedad de la que había fallecido su mamá, su abuela y su bisabuela materna.
Su historia
“Cuando mi abuela materna falleció, a los 87 años, el médico nos dijo que además de Parkinson,
tenía un tumor en el costado derecho del abdomen, bajo el ombligo. Su mamá, mi bisabuela, había fallecido de cáncer de mama y mi mamá, hace nueve años,
también había muerto de cáncer de ovario. Pero a mí nunca se me pasó por la cabeza que yo también lo podría tener”, dice Pamela.
Estudió intérprete de inglés-español y hace más de 15 años que trabaja en el rubro de la minería. Con tres hijos de 10, 7 y 3 años, en cada control con su ginecólogo y ecografías de control, Pamela pedía que observaran sus ovarios, por el antecedente de su madre, pero siempre estaba todo bien.
“Cuando me diagnosticaron, recién me di cuenta de que había sido muy irresponsable conmigo. Mi mamá siempre me decía que tenía que cuidarme,
que prefiriera anticonceptivos con bajos niveles de hormonas, me empujaba a la vida natural, que estuviera atenta, que me controlara. Pero las mujeres nos postergamos mucho, siempre hay algo más importante que nosotras, los hijos, la casa, el trabajo. Y al final, no nos cuidamos. No nos damos espacio para decir cómo me siento, qué me duele”, recuerda.
Tratamiento y recuperación del cáncer de mama
Gracias a contar con un seguro de Clínica Las Condes, logró que en menos de dos semanas se realizara la biopsia y la operaran. “Me hicieron una
mastectomía parcial del lado derecho con vaciamiento axilar. Tenía cinco ganglios comprometidos con una metástasis.
Estuve con quimioterapia desde abril hasta mayo. Se me cayó el pelo, las pestañas, las cejas. En todo ese tiempo, me sentí súper acompañada, las enfermeras que trabajan en quimioterapia son espectaculares, igual que María de Los Angeles, la psicóloga, también un siete”, dice. Hasta diciembre, debió seguir su tratamiento con
radioterapia, y hoy mantiene terapia hormonal y debe asistir a sus controles cada tres meses.
En todo este período, dice, conoció a personas valiosas. “Yo creo que de todas las situaciones que te dejan un poco entre la espada y la pared, siempre tienen cosas buenas. El cáncer, puede sonar terrible, no siempre se ve la salida, pero en todo este tiempo conocí a mujeres maravillosas, personas que no hubiera conocido si no tuviera esta enfermedad.
Creamos un grupo en Facebook, “
Cáncer de Mama Chile”, y gracias a él hemos hecho lazos hermosos. Cuando partimos éramos 10. Hoy somos 1.200 mujeres a lo largo de todo el país”, dice orgullosa.
Hoy día, cuando todo ha pasado, cuenta que ha sido positivo darse un tiempo para ella.
Hoy su espacio, dice, lo ocupa para la prevención: “Es tan importante la transmisión que llega a definir tu tratamiento. La detección temprana puede evitar que una mujer pase por la quimio y por radioterapia. Esa es la bandera que yo llevo, quiero y trabajo para que las mujeres se cuiden y se hagan sus exámenes a tiempo”.
Un año demoró su reingreso al trabajo, desde que le diagnosticaron el cáncer hasta que ya estuvo lista para volver a sus actividades. En todos estos meses, el apoyo de su familia fue clave. Una de sus preocupaciones era cómo contarle a sus hijos de la enfermedad. Marcelo, su esposo, tuvo la solución: “
Los niños lo tomarán según como nosotros se lo presentemos. Si se lo contamos como una gran tragedia, lo tomarán así”. Esa reflexión le hizo sentido y así se lo transmitieron a sus hijos.
Daniela, su hija de 10 años, entendió la enfermedad y sabía que, pese a lo que dijeran sus compañeros en el colegio, su mamá estaba en tratamiento y se mejoraría. Que perdería el pelo, pero todo ese tiempo estaría en la casa y eso los reconfortaba a todos. “
Siempre hacíamos chistes de mi enfermedad, de mi pelada. Nos reíamos siempre, y para ellos fue súper esperanzador”. Joaquín, el mayor de los hombres se entretenía mirando su cabeza calva con una lupa para ver cómo se veía el cuero cabelludo sin pelo y José Antonio, el más pequeño, todavía le toma el pelo y le pregunta “por qué se lo habían sacado”.
Gran parte de su tiempo, Pamela lo dedica hoy al grupo que tienen en Facebook, con el que también realizan encuentros presenciales como la “Junta de los abrazos”. “Nos dimos cuenta de que cuando nos juntamos, nos fundimos en un real abrazo, nos sentimos contenidas. Entre nosotras también nos reímos, “humorizamos” la enfermedad y eso nos ayuda a no llorar y llenarnos de esperanza.
Hay mujeres que lo pasan muy mal, pero entre todas nos ayudamos para superar esa angustia. Esa conexión es súper necesaria”, insiste.