Cuando la agresividad es un impulso difícil de controlar, es hora de pedir ayuda.
Un niño pequeño, que recién está aprendiendo a caminar, suele
morder o
pegar si otro menor le quita un juguete. Es la forma que tiene de demostrar que no quiere compartirlo con nadie más, porque al menos en esta etapa, la
agresividad es una forma de expresión.
“La agresividad es parte del desarrollo normal durante los primeros años de vida. En la medida que los niños crecen y van adquiriendo el lenguaje, aprenden a regular mejor los impulsos agresivos. Por lo tanto, no siempre constituye trastorno”, explica la
doctora Marcela Matamala, psiquiatra infantil y de la adolescencia de Clínica Las Condes.
¿Cuándo se considera que es un trastorno?
Si esta agresividad es muy difícil de regular o controlar, si se caracteriza por gran impulsividad o afecta la funcionalidad del niño, produciendo daños a terceros, entonces es tiempo de pedir ayuda a un profesional de la salud mental, dice la especialista.
“Hay niños que pueden tener más
dificultades para verbalizar y
resolver los conflictos. Estos niños suelen recurrir más a la agresión”, señala la doctora Matamala.
Si tu hijo es un niño más agresivo que los demás y no logra controlar sus impulsos, es importante que puedas ir modelando su conducta, ayudándolo a encontrar otras herramientas de manejo de la frustración, resolución de conflictos y formas de expresarse emocionalmente, indica la psiquiatra. En esta tarea, los profesionales de la salud mental pueden ser de gran ayuda.
Distinto es si un niño que no tiene historia de agresividad,
de pronto se vuelve agresivo. “Si esto ocurre, y la conducta agresiva aparece en forma súbita, se debe investigar algún factor emocional o traumático intercurrente. En estos casos, la reacción agresiva es un mecanismo de defensa del niño”, explica la doctora Matamala.